La adopción es una de las grandes decisiones en la vida, un acto de enorme generosidad y también un salto al vacío. Significa estar dispuestos a abandonar las seguridades, las certidumbres, lo que controlamos, para aceptar las alegrías y las dificultades que conlleva incorporar una nueva personita a nuestra vida.
Hasta aquí no hay grandes diferencias con la decisión de tener un hijo biológico, pero en el caso de la adopción se añaden, por lo general, situaciones más complejas, ya que los niños llegan con una mochila cargada de experiencias no siempre agradables. Hemos ido a buscarlos con toda nuestra ilusión y cargados de amor, pero en muchas ocasiones ellos no están preparados para aceptarlo.
Con los niños y personas adoptadas es necesario acompañar de una forma específica, adecuada a sus necesidades y a sus problemáticas particulares. El abandono, la institucionalización y las experiencias traumáticas en general, afectan al comportamiento, a los diferentes niveles de desarrollo (neurológico, social, psicológico y emocional) y a su manera de entenderse y sentirse.
El proceso de intervención comienza por una entrevista con los padres y una valoración completa del niño que nos permitan conocer su realidad personal y proponer la terapia más conveniente.
En todo caso, serán objetivos primordiales favorecer el desarrollo de la identidad, reconstruir la vinculación y ofrecer apoyo y orientación familiar.